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lunes, 21 de enero de 2013

Declaración de jóvenes cristianos sobre el denominado “Conflicto Mapuche”


Quienes firmamos somos un grupo de cristianos y cristianas, de distintas confesiones y miembros/as de diversas comunidades de fe. No buscamos, con esto, arrogarnos la voz de lo que se denomina comúnmente como “pueblo”, “mundo” o “lo” evangélico. Mucho menos de “lo” cristiano. Somos cristianos y cristianas que proponemos una lectura de nuestra realidad societal a la luz del evangelio, pero entendemos que nuestras opiniones no necesariamente representan a la totalidad de las diversas opiniones que se manifiestan en medio nuestro.


Nos hemos unido, con el propósito de alzar nuestra voz, compelidos por nuestra lectura de la fe, frente a la interpretación y práctica conducente del Estado chileno relacionado a lo que se ha llamado “el conflicto mapuche”, y que ha tenido como consecuencia el actuar represivo y militarizado de las fuerzas policiales en la zona de la Araucanía que a la lectura hegemónica de lo que ocurre  se manifiesta en los medios de comunicación de masas. Todos estos actores, no han dudado en criminalizar y demonizar tanto a los y las mapuche en tanto sujetos y sujetas, como a sus acciones de legítima demanda y protesta.

Por ello, declaramos que:

  1. Creemos necesario que toda lectura del conflicto debe realizarse en forma historizada. Regularmente, lo que se hace, es remontar la lucha del pueblo mapuche a la llegada del “hombre blanco” a estas tierras, lo que ha llevado a levantar el mito de que éste es un largo conflicto, que excede a la construcción del Estado-nación, con lo que se endosa la responsabilidad de su génesis a otro país. Pero tanto a luz de las investigaciones históricas, como de los testimonios de las comunidades mapuche, este conflicto comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, con el proceso denominado “Pacificación de la Araucanía”, burdo eufemismo que oculta la ocupación y el despojo violento de las tierras que ha conllevado pobreza estructural, marginación y discriminación. Eso hace comprender, desde otro prisma, las acciones reivindicativas y de protesta que sectores de este pueblo han llevado a cabo a lo largo de nuestra historia contemporánea con el Estado chileno y sus políticas. Las demandas del pueblo mapuche son legítimas en su prisma histórico, político, social, económico y cultural.

  1. Creemos que el tratamiento que ha hecho el Estado de Chile, y particularmente el actual Gobierno presidido por Sebastián Piñera Echeñique, no sólo es equivocado sino completamente arbitrario y contrario al ejercicio democrático. No olvidemos que la Ley Nº 18.314, que determina las conductas terroristas y fija las penalidades para ella, fue parte de la política dictatorial chilena (promulgada en mayo de 1984) frente al movimiento social que pugnó por la recuperación de la democracia. Era una ley que buscaba criminalizar y reprimir la protesta social, además de violar el derecho a manifestación, el derecho a libertad de expresión y el derecho a reunión. En ese mismo espíritu los gobiernos de la Concertación y el actual, de la Alianza por Chile, han usado esta ley, e incluso a la aplicación de la misma, se suma a la puesta en marcha de la Ley de Seguridad Interior del Estado.

  1. Como herederos y herederas de la transición a la democracia podemos constatar, tal y como hemos visto en el pasado reciente: torturas y vejámenes a los/as detenidos/as, producción de “pruebas” incriminatorias (no olvidamos el montaje en el llamado “Caso Bombas), uso de testigos/as encubiertos/as, “doble procesamiento” en las Fiscalías civiles y militares, aplicación de penas desmedidas, allanamientos con un aparataje excesivo de fuerza que violenta la voluntad de hombres, mujeres y niños y niñas, y que incluso ha llevado a la muerte de comuneros/as y weichafes.

  1. Repudiamos el acto violento que derivó en la muerte de Werner Luchsinger y Vivianne McKay, con la misma fuerza con la que repudiamos los impunes asesinatos de Basilio Coñonao (quien muriera calcinado), Julio Huentecura, Xenón Díaz, Juan Collihuín, Matías Catrileo, Johnny Cariqueo, Jaime Mendoza, José Toro, entre otros/as. No propugnamos con esto la “lógica del empate”, porque no somos indiferentes al dolor y al sufrimiento de los/as seres queridos de las víctimas, pero sí buscamos expresar que el asesinato se ha manifestado con anterioridad, y con alevosía similar, pero sin la intervención directa de representantes del Estado de Chile, sin la participación de los/as mismos/as en sus funerales, sin la misma aplicación de la legalidad vigente y sin el mismo tratamiento de los medios de comunicación de masas. No justificamos el uso de la violencia, no creemos que debemos hacer algo para apurar el principio bíblico de la siembra y la cosecha. Sin eliminar el repudio a los actos violentos que trasuntan en daño a seres humanos, entendemos que se trata de una manifestación radical del derecho que este pueblo tiene de reclamar su reconocimiento. Se trata de una violencia reactiva frente a la sistematicidad y duración de una violencia de carácter estructural e histórica.

  1. Hacemos un llamado al Estado de Chile, a quienes componen sus Poderes y a todos los actores y actoras que estén comprometidos/as en el desarrollo de políticas públicas relacionadas al pueblo mapuche y a todas las etnias indígenas y originarias que habitan nuestro país, de manera que se sienten las bases para un diálogo honesto y auténticamente participativo, que posibilite un piso mínimo de reconocimiento  de la autonomía política y social de las comunidades indígenas y originarias de nuestro país, reconociendo el carácter multiétnico y pluricultural del mismo, y la restitución de sus tierras despojadas de manera violenta. Creemos que dicho entendimiento debe hacerse en el marco de un proceso democrático que garantice la participación de los actores sociales, evitando la falta de transparencia y el clientelismo que sólo harían pervivir las desigualdades.

  1. Finalmente, hacemos un reconocimiento a actores y actoras del cristianismo, de diversas confesiones y comunidades, que han alzado su voz y han acompañado en ésta hora histórica a quienes sufren los rigores de la violencia. Caminamos con ellos y ellas en la lectura y valoración de los textos bíblicos que nos llaman a romper con el binarismo que opone el decir del hacer. De la misma manera valoraríamos que otros actores y actoras del cristianismo, tanto autoridades eclesiásticas como laicos y laicas comprometidos/as, levanten una voz profética y pastoral frente a los errores y atrocidades de quienes violentan los cuerpos y la voluntad de los y las “pobres” de la tierra, siendo en este camino luz que alumbra y sal que sazona y preserva.

Los/as firmantes, hemos visto que parte importante de las autoridades de Estado se reconocen como cristianos y cristianas. No dudamos de su praxis religiosa ni de la buena fe en la que ésta se basa. Pero hacemos un llamado a recordar la importancia de nuestras acciones, reconocidas como “frutos” según la metáfora bíblica. Y dentro de esas acciones está nuestro deber con los/as pobres y con quienes sufren los rigores de la opresión. Recordamos las palabras del Proverbista en el Antiguo Testamento cuando decía que: “Quienes oprimen a los pobres insultan a su Creador, pero quienes los ayudan lo honran” (Proverbios 14:31). Dicha “ayuda” no la entendemos como un acto vertical, que presupone nuestra superioridad. Por el contario, propugnamos como “artesanos y artesanas de la paz”, el entendimiento y el esfuerzo mancomunado con quienes luchan por un mundo diferente, en los que la justicia, la verdad y la libertad sean una constante. Para ello, comprometemos nuestros esfuerzos a colaborar en todas las instancias que reclamen nuestra participación. Esto, porque creemos que el mensaje cristiano consiste en llevar la Buena Noticia a los pobres. [… En] proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el tiempo del favor del Señor” (Lucas 4:18,19).

Santiago, enero de 2013.



Firmas del Comité de Iniciativa.

Luis Pino, Profesor de Historia
Daniela Aceituno, Trabajadora Social
Patricio Moya, Licenciado en Teología.
Andres Hurtado, Licenciado en Historia.
Karina Ojeda, Socióloga.
Josaphat Jarpa, Estudiante de Teología.

Firmas de adherentes a la declaración.

Sebastián Altimira Egresado de Derecho U. de Chile Iglesia NN
Jonathan Morales Altamirano Estudiante de Derecho, Universidad de Chile. Iglesia Metodista Pentecostal de Chile Revista Razón y Pensamiento Cristiano (www.rypc-org.org)
Andrés Hurtado Licenciado en Historia I.M:P
Camila Montero Salazar Socióloga
Pablo Vargas M Proyectista Mecánico Pentecostal Naciente
Javier Romero T. Estudiante de Periodismo / Comunicador Popular Bíblico Bautista tengomitribuna.com
RAÚL FRANCISCO SOTO MUÑOZ PROFESOR DE RELIGIÓN CATÓLICA IGLESIA CATÓLICA COLEGIO INSTITUTO AMÉRICA DE MAIPÚ
Jorge Omar Silva Flores Teologo Catolico
Rodrigo Díaz Raquelich Trabajador Iglesia Metodista Pentecostal de Chile, El Alfarero
Camila Vergara Estudinte IELCH
Nicolas Vargas Estudiante Iglesia Evangelica luterana
jose estudiante metodista pentecostal
Indira estudiante
Patricia Navarrete Arriaza Estudiante Pedagogía en Religión
mario andrés aguirre lagos profesor historia y ciencias sociales Iglesia Presbiteriana de Chile
José María Jarry Estudiante de Pedagogía en Historia y Geografía Iglesia Católica.
Esther Baruja Estudiante de Maestría Iglesia Unida de Cristo
José Fuentes Castillo Estudiante Iglesia Bautista Eben-Ezer. La Florida
Esther Soto Marambio Estudiante Cristiana evangelica
Elisa Serrano Olivares Estudiante de Teología Comunidad Teológica Evangélica de Chile
Elisa Abigail Busto Serrano Estudiante iglesia Pentecostal Apostólica del nombre de Jesucrito
Sebastian Murillo Estudiante Catedral del Rey CEFIR
Harry Vollmer Estudiante de Historia, U. de Chile Iglesia Luterana
Patricio Valenzuela S. Ingeniero Informático
Javier Figueroa Estudiante
Elías Acevedo Estudiante teología. Seminario Teológico Bautista Iglesia Bautista Lo Prado
Carla Carrera Estudiante
Rodrigo Castillo Jofré Estudiante Iglesia Evangélica Luterana
Cristián Andrés Cepeda Oropesa Estudiante de Sociología. Asamblea de Dios ASA
German Quintana Profesor Iglesia Pacto Chile Iglesia Pacto Chile
Felipe Elgueta Traductor/Asesor Musical Iglesia Anabautista "Puerta del Rebaño"
Daniela Cheuquepan Estudiante Tecnico en Enfermeria
Cesar Lizana Ingeniero Cristiano Catolico AUC
Paulina Cabrera Interna 6° de Medicina Iglesia Luterana Martin Luther, Concepción.
Luis Cuevas Ingeniero Comercial Iglesia Evangélica Pentecostal
María Ester Garrido Cancino Docente Nuestra Sedñora de Los Parrales Militante Izquierda Cristiana de Chile
Daniela Macaya Egresada de Derecho
Patricio Vejar Laico Comunidad Ecuménica Martin Luther King
Hector Mendez Electricista

jueves, 3 de enero de 2013

La tensión ya·pero todavía no. Juan Carlos Scannone



El teólogo no puede... escapar al juego de las opciones, pero tampoco está atrapado por él: lo puede trascender por el discernimiento. Esta trascendencia, sin embargo, no es una huida a un plano aséptico a·, pre- o suprahistórica, sino una trascendencia encarnada en la historia que, por gracia, tiene estructura de signo y sacramento. En las opciones y más allá de su contenido representativo (ideológico o utópico), se da de hecho el llamado teologal que se encarna históricamente, pero es irreductible a las ideologías y utopías. Estas pueden mediarlo o desfigurarlo y aun rechazarlo, pero desde él ellas pueden ser discernidas y juzgadas.

Tanto el dualismo estático de una distinción de planos como el vaciamiento dialéctico de lo teologal en lo mundano no dan cuenta de la encarnación de lo escatológico en lo histórico, que se da inconfusa e indivisamente. Esa encarnación, como la de Cristo, es liberadora; libera a lo mundano en su autonomía y apertura a Dios; libera a la libertad para el discernimiento de la presencia histórica de la salvación y para la creación de historia, y deja, sin embargo, libre a Dios en su trascendencia. Pues ahí donde está el Espíritu de Cristo, ahí está la libertad.

Anteriormente decíamos que, en la teología de la liberación, la fe es mediada históricamente tanto en el camino ascendente de interpretación de la realidad sociopolítica latinoamericana como en el camino descendente de su concreción en praxis liberadora, praxis desde la cual se reflexiona. Pues bien, el discernimiento y la consiguiente liberación apuntados en el párrafo anterior deben y pueden darse en ambos movimientos.
Estimamos que, de hecho, se dan en numerosos aportes de dicha teología, pero no siempre.

En el camino ascendente, la teología, al asumir dichas interpretaciones (por ejemplo, la teoría de la dependencia) y al articularlas en un lenguaje de fe, las coloca en un ámbito de libertad. Es decir, las relativiza desabsolutizándolas de su eventual pretensión ideológica de ser la verdad absoluta, total y exclusiva. Las libera de un sentido reductivo a lo económico, político o social, y des-univociza su lenguaje, abriéndolo a la imprevisibilidad de nuevas situaciones...

En el camino descendente hacia la praxis se libera la utopía de considerarse definitiva y total, y se la deja ser lo que es: utopía, especialmente abierta, en la tensión del ya, pero todavía no. y se respetan la opción y acción políticas en su contingencia y relatividad, sin hacerlas perder la eficacia que les nace de la absolutez de la caridad.

J. C. Scannone, La teología de la liberación: ¿evangélica o ideológica?: Concilium 93 (1974) 462.


Practica social y eclesial de la Iglesia popular. Pablo Richard


La práctica social de la Iglesia Popular, como Iglesia al margen y en contra de la cristiandad, está determinada fundamentalmente por la ruptura con el sistema capitalista y las formas de Estado o gobiernos ligados a las clases dominantes, y por otro lado, por la identificación con los pobres y sus luchas de liberación. La Iglesia Popular rechaza todos los tipos de práctica social de la Iglesia de la cristiandad, incluso aquella de tipo social-cristiana, por muy radicalizada que aparezca. La práctica social de la Iglesia Popular es la práctica de las clases populares, pero al interior de ella posee una especificidad que le es propia. Esta práctica social va generando un tipo de práctica eclesial, que es la base de modelos eclesiológicos o formas específicas de ser Iglesia al interior del movimiento popular. La identidad de esta Iglesia Popular al interior del movimiento popular plantea problemas tanto políticos como teológicos. Si no se define esta identidad, podría darse sea una manipulación eclesiástica de lo político, como una manipulación política de la Iglesia, lo que dañaría tanto a la Iglesia como al movimiento popular.

La inserción de la Iglesia en el movimiento popular tiene dos niveles o polos de articulación. En términos de Gramsci, podríamos llamarlos sociedad civil y sociedad política. La inserción de los cristianos y de las comunidades al nivel de sociedad civil se realiza por una serie de prácticas a través de las cuales desarrolla ese amplio movimiento ético, intelectual e ideológico que anima al movimiento popular. La Iglesia participa en tareas de concientización, de información, de comunicación, de formación, de organización a nivel popular. En situaciones represivas se desarrolla también un espíritu o una ética de resistencia, de lucha, de afirmación de una esperanza contra toda esperanza. Al nivel de la sociedad política o de poder popular, la inserción de la Iglesia se da por la participación de los cristianos en todas las formas de organización popular, en los movimientos de liberación yen los partidos populares. Aquí los cristianos participan sin más derechos y más deberes que cualquier otro militante. La función de la Iglesia de cara al poder popular difiere esencialmente de la función que ejercía en el régimen de cristiandad de cara al poder burgués... No busca legitimar el poder popular, por la sencilla razón de que éste se legitima por sí mismo. Sólo un poder opresor necesita de legitimaciones ideológicas o «teológicas», pero no así el poder liberador del pueblo. Si la Iglesia ejerce una función de conciencia crítica frente a la construcción de este poder popular, lo hace siempre en el grado de su inserción especifica en la sociedad Civil, pero nunca en términos de una legitimación condicionada, como era el caso de la practica social de la Iglesia social-cristiana


P Richard, La Iglesia latinoamericana entre el temor y la esperanza DEI, San José de Costa Rica 190, 100-101


Reino e Historia. José Miguez Bonino


Cuando interrogamos al testimonio bíblico acerca de la relación entre la presencia activa de la soberanía de Dios (el reino) y los acontecimientos que conforman la vida del hombre -personal y colectivamente-, se torna evidente que las dos cosas son inseparables: no hay en la Biblia acción divina que no comporte historia humana, ni hay historia que no sea narrada en su relación con la soberanía divina. Incluso la acción de Yahvé en la naturaleza se enmarca siempre en un cuadro histórico: el diluvio, la separación de las aguas en el éxodo, incluso la creación. Queda, pues, excluida de entrada la posibilidad de tratar aquí de dos magnitudes independientes o separables. Lo cual no significa, por cierto, una ecuación  entre «soberanía de Dios» e «historia», como si aquélla justificara o sacralizara todo lo que ocurre, en una especie de optimismo racionalista como el del célebre Pangloss de Voltaire, o como si la historia cumpliera inequívocamente la voluntad divina. Más bien habría que decir que la soberanía de Dios se realiza polémicamente en la historia.

Incluso es necesario decirlo más agudamente: la soberanía de Dios es una palabra eficaz que historiza y se hace historia convocando y rechazando a los hombres y los pueblos en relación con el propósito divino. Es decir, la soberanía de Dios no aparece en la historia –en el testimonio bíblico- como acto abstracto o como interpretación, sino como anuncio y llamado, un anuncio que llama, como promesa y juicio que invitan y exigen respuesta. Precisamente la historia es en la Biblia ese conflicto de Dios con su pueblo en medio de los pueblos y en relación con ellos.

J. Míguez Bonino, Praxis histórica e identidad cristiana, en R. Gibellini (ed.), Nueva frontera de la teología en América Latina. Sígueme, Salamanca 1977,245 246.