La fe cristiana, lejos de convertirse en opio -y no sólo opio social-, debe constituirse en lo que es: principio de liberación. Una liberación que lo abarque todo y lo abarque unitariamente: no hay liberación si no se libera el corazón del hombre; pero el corazón del hombre no puede liberarse cuando su totalidad personal, que no es sin más interioridad, está oprimida por unas estructuras y realidades colectivas que lo invaden todo. Si respecto de planteamientos más estructurales, la Iglesia debe evitar convertirse en opio respecto de los problemas personales, también debe procurar que planteamientos más individualistas y espiritualistas no se conviertan a su vez en opio respecto de problemas estructurales.
Esto sitúa a la Iglesia
latinoamericana en una posición difícil. Por un lado, le trae persecución, como
le trajo persecución hasta la muerte al propio Jesús: la Iglesia
latinoamericana, y más exactamente una Iglesia de los pobres, debe estar
convencida de que en un mundo histórico donde no se encuentre ella misma perseguida
por los poderosos, no hay predicación auténtica y completa de la fe cristiana,
pues aunque no toda persecución es signo y milagro probatorio de la
autenticidad de la fe, la falta de persecución por parte de quienes detentan el
poder en situación de injusticia es signo, a la larga irrefutable, de falta de
temple evangélico en el anuncio
de su misión. Pero, por otro lado, el hecho de que la Iglesia no pueda ni deba
reducirse a ser una pura fuerza socio-política, que agote su tarea en luchar ideológicamente
contra las estructuras injustas o que dé prioridad absoluta a esa tarea, le
proporciona la incomprensión y el ataque de quienes han parcializado su vida y han
optado por una parcialidad política como si fuera la totalidad humana; no saben
éstos el daño que causan no sólo a una labor profunda y larga por parte de la
Iglesia, sino, 10 que
es más importante, a las propias personas que dicen servir, cuando a veces se
sirven de ellas para lograr un proyecto político irrealizable que ni siquiera tiene
en cuenta la totalidad de condiciones materiales en la que se está.
I. EllacurÍa, Conversión de la Iglesia
al reino de Dios. Para anunciarlo y realizarlo en la historia. Sal
Terrae, Santander 1984, 211-212.
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