En nuestro País vivimos tiempos complejos, como hace muchos años las manifestaciones sociales han marcado la atención de todas y todos los chilenos, marchas en contra del proyecto de HidroAysén, el Movimiento Estudiantil han sido quienes han tomado el control de nuestra mirada, habla de nuestros problemas más cercanos, de nuestras emergencias y exigencias de cambio de vivir o de proyección de vida, no hemos estado ajeno a un evidente descontento a nivel mundial, en España, Inglaterra y Siria, son algunos países que están viviendo manifestaciones similares con un sistema de vida castigador, sin embargo este castigo de sistema hay un continente que lo viene viviendo severamente de hace muchos años, la explotación, el abuso y el engaño han sido vivenciado por los países del continente africano, muchos de nosotros sin duda nos hemos educado con estas imágenes de sufrimiento, muerte y desolación que al parecer son imágenes asimiladas como normal.
Es que lo normal se ha instalado nuestro pensar, hablar y actuar, parece normal la injusticia, la desigualdad, de alguna manera un sistema se ha adueñado en nuestra subjetividad haciéndonos parte de un sistema que opta por la competencia, el individualismo y la indiferencia sobre el otro.
Precisamente no es nuevo, teóricos han señalado este pensar y actuar del ser humano, que nos ha acompañado por mucho tiempo, la construcción del cristianismo al parecer cada vez más cercano también a estos ideales del sistema, vemos lamentablemente como en nuestras comunidades se ha instalado la competencia religiosa, abriendo verdaderos campos de batalla por el poder, la popularidad y la aprobación de sus “seguidores”, parece que su intereses los marcan el mercado, en una suerte de oferta y demanda acudiendo a formas y maneras similares como cualquier empresa comercial con instrumentos de marketing, a si mismo el fuerte posicionamiento de un lenguaje individualista entre mezclado con un discurso espiritualizado, que busca una suerte de experiencias místicas donde se señala un “encuentro personal permanente”, estas experiencias están marcadas de un prisma individual donde la relación con el otro pasa a ser un acto de segundo orden, esto a mi manera personal de ver lleva a un cristianismo contemporáneo indiferente, me ha llamado poderosamente la atención por ejemplo la ausencia de mensajes en temas contingentes como en la educación, el medioambiente, los pueblos originarios, la violencia de género, el abuso infantil y tantos otras problemáticas de hoy que no aparecen en las preocupaciones de las iglesias.
Es que ser una Iglesia con una incidencia social es anormal, lo normal es su preocupación estrictamente en el aspecto del ritual religioso, la alabanza, la oración y un mensaje casi siempre centrado en la definición de pecado en las iglesias más tradicionales y el éxito en las iglesias modernas. Por lo demás lo normal en el discurso evangélico hoy en nuestro país parece ser muy distinto al pronunciado por Jesús de Nazaret.
Una vez leí la insinuación de cambiar los tesoros del vaticano para alimentar a los niños y niñas de áfrica, una propuesta en el pensar católico tradicional “anormal”, no compatible y exagerada para la elite clerical, sin embargo los evangélicos no estamos tan lejos de eso tampoco, por ejemplo es curioso ver en sectores populares construcciones de templos enormes con gastos tremendos, frente a una comunidad que probablemente no tenga como comprar zapatos nuevos a sus hijos o tener una buena alimentación.
Pero es normal, que haya pobreza, es normal igual que tengamos templos gigantes y las personas de nuestras comunidades no tengan cubiertas sus necesidades materiales, es normal que unos pocos concentren las riquezas y otros muchos vivan en la sobrevivencia de un sistema, parece normal que la mujer sea violentada a través de nuestro lenguaje, nuestra tradición religiosa y parece también normal que existan índices trágicos de abusos sobre niños y niñas.
¡NO ES POSIBLE! Es incompatible una fe en Cristo crucificado por amor a la humanidad nuestra indolencia y desensibilización hoy común en una humanidad acomodada a un sistema de injusticia global, no es posible llamarse seguidor de Jesús de Nazareth y ser mero espectador de que en este mundo exista muertes por hambre, no es posible llamarse cristiano y soportar tanta injusticia social en nuestra sociedad. Nuestro Mensaje “cristiano” debiera volverse al mensaje de Jesús de Nazaret quien no soporto el sufrimiento del otro y actuó consecuentemente con lo que él hablaba dando buenas nuevas que luego lo llevaron a la muerte de cruz.
Sigamos el camino de Jesús, dando valor a lo que el abrazo ocupándose tanto en su pensar, hablar y actuar, seguir el camino de Jesús es una opción universal sin duda trae un precio, precio pagado por muchos que han permitido que existan verdaderas buenas noticias, es que ser un mensajero del sermón del monte trae su precio, precio que muchos no están dispuestos a pagar, precio que Jesús pago por todas y todos y nos inspira e invita a seguirle.
Josaphat.
Agosto 2011
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