¿Por qué el poder presenta en la
historia esa actuación miserable, ese sorprendente aspecto demoníaco?
Escuchemos a Hobbes, aquel
especialista genial del poder: «Indico, en primer lugar, como tendencia general
de todos los hombres, un perpetuo e inquieto deseo de poder y más poder, que
cesa sólo con la muerte. Y la
causa de esto no siempre es que se espere un placer más intenso... sino el hecho
de no poder mantener el poder... sino adquiriendo aún más poder» (Leviatán,
cap. XI de la col. «Los pensadores», p. 64).
Por tanto, no es el poder como
tal lo que está enloquecido, sino que es el hombre -el poderoso- quien está
poseído por una compulsión, por un deseo inmoderado, la libido dominandi, que
es su agresividad desequilibrada, dividida y maltratada...
Para Jesús, el poder está, en su
concreta realidad, perdido. Necesita ser evangelizado, convertido y salvado.
La propuesta de Jesús es la
metanoia del poder. Este tiene que ser rescatado. Debe convertirse de
poder-dominación en poder-servicio. En una palabra, el poder necesita ser transformado,
revolucionado internamente. Y esto
no sólo al interior de la Iglesia, sino también a nivel de la sociedad. Todo
poder (religioso y político) debe convertirse en servicio. Se trata realmente
de la «revolución del poder».
El gran texto siempre referido es
Marcos (10, 42·45 Y paralelos). Ahí Jesús anuncia que el mayor es el que se
hace «siervo» y «esclavo»; el que se coloca a disposición de los demás...
En un texto un poco posterior
(Mc 9, 33-37), Jesús, tratando del mismo asunto, habla del «niño». Es el mismo
sentido fundamental. «Niño», en el mundo cultural de Jesús, era una nulidad,
una especie de no-persona, alguien que debería prestar la más rigurosa
obediencia, para más tarde asumir su responsabilidad de adulto.
De todos modos, para indicar el
sentido que él confiere al poder, Jesús emplea un vocabulario de inferioridad: niño
(a las órdenes), siervo (a la mesa), esclavo (a los pies). Se
podría decir que, según el evangelio, son los superiores los que deben obedecer.
Pero no: los que deben obedecer son todos, unos a otros, y, con más razón, los
dirigentes.
El Nuevo Testamento, consecuente con este
evangelio, nunca usa un vocabulario de dominación para hablar de lo que se refiere
al poder en la comunidad. Nunca utiliza términos como «señor», «jefe»,
«dominar», «tiranizar».
Cl. Boff, El evangelio del
poder-servicio. Sal Terrae, Santander 1987, 50.55-56.
Libro para descargar: http://es.scribd.com/doc/118637833
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