Es la comunidad, el
pueblo de Dios como totalidad (LG 9s), el que recibe en su «tradición» viviente
la palabra de Dios (la Biblia). Es el lugar de la ortopraxis y ortodoxia: «Un
pueblo que lo conociera en la verdad y lo sirviera santamente» (LG 9). En ese
pueblo y como función suya, por ser una comunidad mesiánica, profética (LG 12),
el pueblo se da sus profetas. Los profetas no son más que miembros del pueblo
de Dios que el Espíritu Santo promueve, sin necesariamente pasar por las
funciones ministeriales (cura, obispo, papa, concilio)... El profeta se origina
en, por y para el pueblo: su ortopraxis (su recta acción novedosa,
creadora, hasta revolucionaria a veces) puede chocar a muchos, pero es, en
concreto, la ortodoxia prudencial, histórica, la que todos seguirán en el
futuro (aun el mismo magisterio). De todas maneras..., es del magisterio juzgar
el carisma profético, pero no es su función «apagar el Espíritu» (LG 12).
El mismo magisterio, como
función de la jerarquía, es un momento ministerial que el pueblo de Dios se da en su
interior...
La jerarquía no está fuera ni
por sobre el pueblo de Dios (tampoco el papa ni el concilio), sino que en
el pueblo debe «apacentado y acrecentado» (LG 18). Por su parte,
el papado y el concilio son funciones internas del ministerio
jerárquico. Por ello, en primer lugar y sustantivamente, la infalibilidad de la
ortodoxia es de la comunidad eclesial como totalidad: «Esta infliabilidad que
el divino Redentor quiso que tuviese su Iglesia»
(LG 25).
De la misma manera, el teólogo,
y el discurso teológico (la teología), se remite siempre y en primer lugar a la
praxis eclesial... Decir entonces que la praxis es primero y la teología
un acto segundo es recordar la doctrina más tradicional y antigua sobre el
asunto. Es el pueblo de Dios quien inviste a sus teólogos de la función
carismática de clarificar, explicitar, explicar la relación entre la ortopraxis
(de la comunidad y los profetas) con la ortodoxia (la Biblia, la tradición
dogmática y teológica, las costumbres, las doctrinas del magisterio
extraordinario, etc.). La comunidad inviste al teólogo de esta función teórica desde
y para ella.
El teólogo, por su parte,
estudia el magisterio, lo respeta y se sujeta a sus juicios ... Se inspira de
manera muy especial en la ortopraxis de los profetas...,ya que descubre los nuevos
caminos por los que de hecho muchos miembros de la comunidad se internan,
especialmente si dicho sendero es político o aun revolucionario. La teología de
la liberación ha sido muy atenta en cumplir todas estas exigencias no sólo como
personas, sino especialmente como comunidad teológica, ya que dichos teólogos,
ante todo y como teólogos, son todos miembros de una comunidad de reflexión.
E. Dussel, Ética comunitaria.Paulinas,
Madrid 1986, 243-244.
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