“Ayer íbamos caminando y desde un momento a otro nos encontramos dentro de la Catedral de Santiago. Cansados y cansadas de tanta profanación de la Iglesia en torno a nuestros cuerpos, irrumpimos por una vez una misa de las de las tantas veces que esta a irrumpido en las vidas de tantas personas, imponiendo categorías de decencia y normatividad desde sus intereses de poder, llamando a las mujeres asesinas y a otras pecadoras y pecadores por no ser “normales” según sus cánones, cansados de tanta profanación, nosotrxs las y los indecentes le fuimos a decir en su propio templo “cueva de ladrones” que han robado la libertad y dignidad de tantas personas que por no ser católicas no son decentes, ni dignas… Nuestros gritos y pancartas no eran contra las personas que viven su fe de manera personal y sincera, sino contra los símbolos que representan el poder, su violencia en torno a la sujeción que muchas y muchos tenemos sin haber optado por creer dicha confesión, poder que oprime, poder que irrumpe”.
Debido al largo cuestionamiento quisiera continuar con el debate originado, sin necesidad de que este justifique o no las acciones realizadas en la catedral, sino de poder exponer una opinión crítica, a un evento que no quisiera que pasara desapercibido. Son muchos los abusos que se permiten en nombre de “la paz”, “la tolerancia” y la “no violencia”, ¿pero cuáles son las interpretaciones que se pueden leer detrás de este hecho histórico?
Primero, no podemos de dejar de pensar a la Iglesia Católica, desde su historia en la Conquista de América por militares españoles en el siglo XVI que confiscaron las mejores tierras, subyugaron a los indígenas, destruyendo en forma sistemática patrimonio cultural tangible e intangible por el sólo hecho de no adecuarse a sus intereses religiosos o monetarios. Haciéndolos sus esclavos, forzándolos a trabajar y pagar tributo, y reprimiendo su visión de su mundo cultural. Son miles los ejemplos de destrucción sistemática e irrecuperable de objetos, prácticas, creencias, lenguas y culturas.
La Conquista formó los códigos de “decencia”, como un sistema sexual, social, político, económico, teológico, de clase y racial que moldea totalmente la manera de pensar y actuar en relación a nosotros mismos y a los otros, y en relación al mundo natural. Un sistema de dominación y subordinación que a pesar de las protestas de misioneros como Bartolomé de las Casas, proveyó de símbolos religiosos de control, subyugación y explotación. Lo indecente, atribuido a cualquiera que desafíe el statu quo político, económico y cultural.
Estos marcos de moral normativos son lo que hoy llaman a la mujer asesina por abortar, enfermo al homosexual, puta a la mujer no conservadora y así una larga lista de categorías que tienen que ver con el género y/o lo sexual.
La Catedral como símbolo de la resistencia contra la dictadura
Uno de los cuestionamientos que se dio era el símbolo de la Catedral como espacio de protección de los derechos humanos, y para no ser majadero sólo con la Iglesia Católica, quisiera mencionar a la Iglesia Luterana, la cual en tiempos de dictadura tuvo en sus filas como obispo a Hellmunt Frenz, incansable defensor de los derechos humanos, y al mismo tiempo al general Fernando Matthei, padre de la hoy candidata UDI Evelyn Matthei. La institución o su edificio principal, no garantiza quienes formen parte de ella, puede ser un golpista, como a la vez a su victima. Asimismo, en la Iglesia Católica en la etapa más compleja de Chile del último siglo, bajo la misma catedral convivían asesinos y defensores. Las violaciones a cargo de las fuerzas armadas, mantenían códigos de poder sexual, contra las detenidas en dictadura, castigadas por ir contra de lo establecido, por “putas y locas”, les cargaban todo el abuso machista, ejerciendo violencia de género y sexual, por no ser “decentes”. En este tiempo se instala nuevamente una nueva identidad del orden, bajo este sistema de símbolos defensores de la “civilización católica” en contra de los comunistas ateos. Decentes contra indecentes, los de siempre tenían que volver al poder, acompañados de toda su cultura de dominación.
Pero como lo sucedido en la Catedral sugiere una lectura reflexiva, esta sin duda puede ser ambigua, relativa, rupturista. ¿Quién sabe? ¿Quién dice que el día jueves la Catedral volvió a vestirse de resistencia? ¿Qué permitió la entrada nuevamente de las y los oprimidos? ¿Qué entregó asilo a las necesitadas, abandonadas históricamente por las religiones?
Opciones creyentes
Mis respetos y mi admiración a tantas personas católicas que he podido conocer en el tiempo. Con algunas lo he manifestado públicamente y por ende deseo aclarar que mi reflexión no tiene ninguna intención de ir hacia un “anticatólico/a” o invalidar una opción religiosa diferente a la mía. Quedará como anécdota que las dos únicas veces que he pisado la Catedral han sido casi antagónicas, una para esta marcha y la otra para la despedida de Pierre Dubois, quien sin duda alguna es digno de mi completa admiración, así también a una larga lista de personas, muchos amigos que día a día hacen que este mundo sea un lugar mejor. No obstante eso no quiere decir que no tengamos diferencias y algunas radicales, y de ahí entonces mi acercamiento a esta reflexión, parándome como un disidente de las normas impuestas por un poder atribuido ilegítimamente.
Los daños
Los grados de “daños” me son de menor cuidado, porque desde esta lectura, veo un accionar espontáneo, sin planificación previa. En otras palabras, “un sin querer queriendo”, fue sólo la ocasión en la que de repente se ve la oportunidad de reaccionar sin mayor preparación, pero con la fuerza que solo concede la protesta.
En este escenario, la Catedral no es el símbolo de resistencia para las mujeres, sino es el lugar de la violencia simbólica que ejerce sistemáticamente la Iglesia. Frente a frente, victimas y victimarios se encontraban, algunos viendo en este edificio el control de sus cuerpos, de sus vidas, recordando sus marcas de “asesinas”, de “putas”, marcas muchas más profundas e imborrables que un rayado en un lugar “sagrado”, donde el poder de la Iglesia se ha ejercido en contra de sus voluntades. Gritar “aborto” en pleno acto religioso, fue un acto liberador para muchas y muchos. Nadie que no haya estado ese día en la Catedral lo puede desligitimizar, ya que la información que después se transmite en los medios está manipulada e intencionada para que los de siempre tengan la razón. Por que a todo esto, ¿qué es lo sagrado y qué es lo profano, dónde esta lo uno y dónde esta lo otro?
La protesta no era para conseguir la “venia” de quienes nunca la darán, sino fue el lugar de rebeldía acumulada contra el poder, tal carpintero galileo entrando una vez al templo diciendo: “Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”. No hagáis de la casa de mi Madre un lugar de Tortura.
Este acto de rebeldía de abajo hacia arriba, iba en dirección a eso, lugares que las paredes refugiaban, aquellas élites fanáticas, que desconocen la dignidad de las personas y ocultan el mensaje del Evangelio, que se tapan en los rostros empobrecidos de quienes llaman “hermanos católicos”, y les mantienen en su lugar subyugados. Estos mismos son quienes a través de campañas contra el condón hacen que millones de africanos sigan muriendo por SIDA, que las niñas pobres mueran de septicemia por abortos caseros y otras mueran por abortos clandestinos. A quienes acomodan las leyes para su conveniencia y orden, por que son los que tienen “el poder”, les pregunto: ¿Y quien puede decir que no fue efectivo políticamente? ¿Quién dice que a través de esta irrupción histórica, también vayamos cuestionando la lógica del poder colonial aún presente en nuestra América Latina?
Muchos hermanos católicos con quienes compartimos acercamientos con respeto a la Teología de la Liberación, desconocen que precisamente las mayores fallas de ésta fue simplemente asumir la cultura católica cristiana de Latinoamérica como normativa, incluyendo los códigos sexuales de decencia, y nunca reconocer la represión.
¿Acaso las iglesias protestantes no lo son? De igual manera, en el contexto latinoamericano de matices muy diferentes, pero igualmente de represor. Nosotros-as cristianos-as, católicos-as, protestantes y evangélicos-as, debemos reconocer que estamos en instituciones que han castigado vidas, que han abusado del poder, que en nuestras catedrales y templos ya no se encuentra aquel Jesús, predicador ambulante, que nunca tuvo un cargo público, pero teniendo sólo treinta y tres años la opinión pública se volvió en su contra y fue crucificado. La protesta no fue para la mujer católica que busca a Dios con devoción, ni para el obrero explotado que acude a misa en su desesperanza, sino para el símbolo de represión que representa la Catedral y su dios, un dios que ampara y protege a los poderosos, alejado de las vidas de las mujeres y del dolor humano.
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