En la reunión constituyente del Observatorio Iglesia y Sociedad. Gentileza de Esteban Oyarzún |
Hoy 15 de Noviembre, Manuel Ossa cumple 84 años, quien ha sido mi profesor, amigo y compañero, comparto este artículo de su autoría de absoluta vigencia para la reflexión teológica luterana en Chile, y América Latina.
1. Competencia versus gratuidad.
Comencemos a responder examinando la primera intuición de Lutero. Él se
había hecho monje para abrirse paso hacia Dios a través de una rigurosa
disciplina. Su espiritualidad se asentaba en la convicción de que la voluntad y
el empeño del ser humano son factores decisivos para la salvación. Quien
practicaba la virtud y se ejercitaba en ayunos, vigilias y penitencias,
acumulaba méritos, es decir, se hacía merecedor de la salvación; de alguna
manera la salvación era obra suya propia, es decir, resultado de su actuar.
El Dios de esta espiritualidad medieval era un calco de la imagen del
príncipe o rey, quien premiaba los méritos y la virtud de sus valientes. Era un
Dios que necesariamente establecía jerarquías entre sus fieles, revistiendo a
unos de más gloria que a otros, o entregándoles premios mayores. Así se
reproducía en el ámbito religioso la sociedad de castas, donde el valor de las
personas dependía también del lugar que ocupaban en la pirámide social. Como
junto con los nobles, también los comerciantes llegaban a ocupar puestos altos
en esa sociedad del mercantilismo, el valor de las personas se medía también
por el alto precio de los bienes que eran capaces de adquirir, es decir, en
términos de trueque mercantil.
Imbuido, pues, de una espiritualidad como ésta, en la que se
reproducían rasgos mercantiles y estructuras jerárquicas, Lutero se entregó
durante años a ejercicios ascéticos que deberían hacerlo valioso en méritos
ante sus propios ojos y ante Dios. Pero no por ello lograba acercarse a Dios,
quien seguía siéndole inaccesible. En medio de esta búsqueda, Lutero leyó la
epístola a los Romanos y descubrió en ella el principio de la justificación por
la fe - por la fe sola. como él agregó: es decir, que Dios no toma en
consideración méritos, sino justifica al creyente en forma gratuita e inmerecida,
por el solo acto de su bondad. Era el descubrimiento del Dios clemente
(gnädig).
¿Tiene algo que decirnos esta
experiencia de Lutero a los chilenos hoy? Es cierto que la sociedad de castas
del medioevo no existe de la misma manera entre nosotros. Pero hay algunos
rasgos que se le asemejan.
“A cada cual según su rendimiento”, se deduce de la teoría económica
vigente. "A cada cual según sus méritos”, dice la jerarquía de rangos y de
honores que está cercana a aquella teoría económica o se deriva de ella. En el
Chile de hoy, cada vez más hay que "hacer méritos" para simplemente
ganarse la vida. Para ser "valioso" no basta con ser un ser humano,
sino que hay que haberse "hecho valer" y tener éxito, aunque sea
desbancando a otros, a codazos y en la competencia de todos contra todos. Se
construye aceleradamente una sociedad en que el mercado, supuestamente libre,
va ocupando el centro de todas las preocupaciones, y donde las personas pasan a
tener valor según los objetos a los que tengan acceso, produciéndose una
distancia creciente entre los pocos que tienen mucho y los muchos que no tienen
casi nada, como también la angustia de los que se hallan entre ambos grupos,
sea por ansias de alcanzar al de “arriba”, sea por temor de caer hacia “abajo”.
Aún entre personas de fe, hay tendencias religiosas que vuelven a
atribuir el éxito económico y la prosperidad a una "bendición* de Dios, la
cual tendría que ver con los méritos propios; como al revés, la pobreza sería
de alguna manera un castigo de Dios.
Frente a estos rasgos de nuestra cultura contemporánea, me parece que
la comunidad cristiana luterana podría hacer un aporte, en la medida en que
vuelva a ser testigo de una experiencia de Dios tan honda como la que cambió la
vida de Lutero. La experiencia de que se trata es la de un Dios distinto del
que sostiene el modelo económico-cultural vigente. Un Dios que no se fija en
méritos ni deméritos, un Dios que en Jesús se identificó precisamente con los
que no tenían méritos de ningún tipo, con los esclavos. Con su muerte, Jesús
asumió el lugar de los sin mérito, para liberarnos a todos de la postura
temerosa y rebajada del esclavo y entregarnos a todos un talante de hijos,
todos iguales en dignidad.
Si realmente creemos que la fuente de todo valor humano no es el mérito
sino el amor gratuito de Dios, entonces va a cambiar nuestra forma de usar de
las cosas que el mercado vuelca cada día con la etiqueta de “nuevo” en los
escaparates de las tiendas: porque no buscaremos valorarnos mediante su
adquisición y propiedad, es decir, no nos importará adquirirlas o no
adquirirlas, pues no será de ellas que dependa nuestra valoración. Va a cambiar
también nuestra forma de mirar a las personas y de tratar con ellas, pues
dejaremos de fijarnos en la apariencia, para vernos a todos recíprocamente en
aquella esencial desnudez en la que el ser humano vale por lo que es a los ojos
de Dios y no por el oropel con que se adorna. Entonces nuestro testimonio de
personas y de iglesia va a servir de algo a nuestros contemporáneos en una
sociedad como la nuestra, donde el mercado ha tomado el lugar de un Dios que
establece jerarquías y fija los valores de las cosas y de las personas.
2. Religión e interés
Una de las desviaciones que Lutero combatió en la iglesia de su tiempo
fue el poder de su riqueza. En su escrito dirigido a los "nobles de la
nación alemana", dice que la iglesia debería desprenderse de su poder
mundano, y que, si no lo hace libremente, se le debería obligar a ello.
Esta exigencia que Lutero hace a la iglesia se deriva fundamentalmente
de su experiencia de Dios. Para él, la religión no puede tener otro centro que
Dios mismo y su gloria, y no interés humano alguno, ni siquiera el de la propia
salvación, mucho menos intereses materiales como el del enriquecimiento o la
adquisición de poder. Lutero dice: "Quienes no buscan su propio placer
sirven a Dios únicamente por causa de Dios y no por cosas temporales y aún si
supieran que no hay cielo ni infierno ni recompensa, con todo seguirían sirviendo
a Dios por su sola causa”[2]
Hoy en Chile se está
construyendo una sociedad interesada en sacar provecho material de todo, hasta
de la religión. A veces de la religión misma se hace un negocio, y se espera de
la religión que ella contribuya también a la prosperidad material de quienes la
practican.
Uno de los intereses que tenemos en la religión es que ella pueda
acercarnos al poder. Y se tiene el sentimiento de que todo poder está vinculado
con el de Dios o emana del suyo. Por eso mismo, quizás, ninguna iglesia nunca,
salvo en los primeros siglos del cristianismo, ha dejado de trabar lazos con el
poder establecido. Es una de las tentaciones a las que están expuestas hoy en
Chile todas las iglesias. "Lo propio de toda religión [es] ponerse en el
lugar de Dios, identificar la causa de Dios con la suya, la ley de Dios con la
suya, "sin saber lo que hace, "estimando dar culto a Dios",
cuando lo que hace es confundir el honor de Dios con su propia voluntad de
poder"[3].
Es un tema difícil. Porque una cierta ayuda de los poderes públicos
parece venir tan bien a la predicación del evangelio...; abre las puertas de
hospitales, cárceles y escuelas, facilita la propagación del evangelio por la
prensa y la televisión... Tal vez por todas estas buenas razones las iglesias
han frecuentado los corredores del Congreso Nacional con ocasión de la
discusión de la ley de cultos. Son razones que se pueden discutir una por una.
Pero habría que hacerlo, alguna vez, - y ésta podría ser una contribución de la
iglesia luterana - desde la perspectiva de la cruz.
Pues, si uno saca las consecuencias de la teología de Lutero, - más
allá de su práctica, que no siempre fue consecuente con su teología -, habrá de
convencerse de que el Dios de Jesús no es el Dios del poder, sino al contrario,
el Dios que se revela y al mismo tiempo se oculta en la cruz de Jesucristo. La
"teología de la cruz", enunciada ya en sus tesis para la Disputa de
Heidelberg (26 de abril de 1518), es central en Lutero, no en el sentido de que
su espiritualidad se nutra del sufrimiento, ni en el de que se desinterese de
otros aspectos de la historia humana de Jesús, sino en la intuición de que la
cruz, como ocultamiento y revelación de Dios, está presente en toda la vida y
obra de Jesús. En su comentario a la Epístola a los Gálatas escribe Lutero que
la "verdadera religión cristiana... no comienza, como otras religiones,
desde lo más alto, sino desde lo más bajo"[4].
Que Dios se oculte en la cruz de
Cristo, tiene que ver con la escandalosa realidad de la cruz misma, acto de
injusticia, en que Dios está del lado de la víctima. No es éste el lugar donde
al ser humano se le ocurra naturalmente ir a buscar a Dios. Al contrario, se lo
busca más bien en manifestaciones de poder. Por ello, el anuncio de que a Dios
se lo encuentra en la víctima de la cruz es piedra de tropiezo, no sólo para la
razón, sino mucho más para la práctica de todas las iglesias.
Una iglesia luterana que quiera servir a Dios y aportar algo al
testimonio cristiano en el Chile de hoy ha de ser una que decididamente deje de
buscar el poder y que se resuelva a actuar de otra manera, aunque su eficacia
sea aparentemente menor. Si verdaderamente creemos en la fuerza del Espíritu,
energía del Dios que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos, entonces
no necesitaremos imponer la religión apelando a los intereses materiales de
aquellos a quienes predicamos el evangelio, ni buscaremos la ayuda del poder
para sostener las estructuras financieras o administrativas de la iglesia. La
eficacia de la iglesia cristiana no se mide ni por el número de sus miembros,
ni por su presencia pública en los medios de comunicaciónn, ni por el número de
representantes suyos entre los parlamentarios, concejales o fuerzas armadas. En
realidad, es una eficacia que no se puede medir, como tampoco se mide el tamaño
de la semilla de mostaza que no guarda proporción con el ramaje que de ella
viene. El Reino de Dios viene por la fuerza del Espíritu. Y para dejar actuar
esa fuerza, basta comprometerse, como Jesús, por la restauración de relaciones
humanas dignas, justas y solidarias , y hacerlo en nombre del Dios de Jesús, a
quien se lo encuentra precisamente al afanarse en esta labor.
3. Autoridad y libre examen.
En nuestra época, en que tanto se afirman las libertades - de mercado,
prensa y opinión - estamos sin saber qué hacer con una libertad que, por otra
parte, es más proclamada que real, como libertad de personas. Por la vaciedad
de esa libertad verbalmente proclamada, se buscan autoridades y modelos que la
colmen. Por eso aparecen también maestros y gurúes. Por ello se busca
iluminación de fuerzas ocultas de la naturaleza o de energías astrales. Por
ello también hay pastores que gritan fuerte en las radios y en los púlpitos y
buscan afirmar su autoridad propia en una interpretación literal o
fundamentalista de la Biblia.
Nuestra sociedad es, por una parte, una sociedad autoritaria - pues
aceptó dejarse dirigir dictatorialmente durante 17 años , pero por otra, una
que se ha quedado sin orientación por la falla de todas las
"autoridades" que antes la dirigían. La tentación es grande, pues, de
caer en un seguimiento ciego de nuevos líderes autocráticos, sean éstos
políticos o religiosos.
En la época de Lutero, la autoridad externa de la iglesia, la del poder
civil y la de los peritos en derecho, suplantaba la relación del ser humano con
Dios. Para orientarse en la vida, junto con la suficiencia de la sola fe, la
sola gracia y el solo Cristo, Lutero tiene dos afirmaciones complementarias: por
una parte, la suficiencia radical de la Palabra de Dios:
·
"sólo la Escritura es la orientadora de la
existencia y ella se interpreta a si misma;
·
por otra parte, el convencimiento de la propia
conciencia.
Al dejar afirmado el principio
de la suficiencia de la Palabra de Dios, llamó la atención sobre el hecho de
que el único principio de interpretación de la Biblia era el testimonio que
ella daba, o no daba, de Jesucristo. Por ello, impulsó a estudiar libremente
(libre examen) la Escritura, es decir, sin las anteojeras impuestas por la
institución eclesiástica. Siguiendo este principio de interpretación, tuvo la
libertad de no aceptar como Escritura libros o pasajes donde la claridad del
"Dios revelado" en el Evangelio - es decir, la palabra de la gracia y
de la salvación - no aparecía.
Con ello, Lutero se opuso a toda pretensión humana de ponerse por
encima de la Palabra de Dios: no hay ningún magisterio humano que pueda
arrogarse el privilegio de interpretar auténticamente esta Palabra. Tampoco la
Biblia en cuanto letra muerta es capaz de interpretarse a sí misma.
Por ello, aunque Lutero nos devolvió la Biblia, sin embargo nos liberó
de todo biblicismo o fundamentalismo, para exhortarnos a revivir una relación
libre y responsable con la voz viva del evangelio. Él afirmó así con particular
fuerza el principio del papel inalienable de la propia conciencia. Recordemos
su testimonio en la Dieta de Worms, cuando después de una tregua de un día,
respondió así a quienes le pedían retractarse:
"Si no me convenzo por testimonios de la Escritura y razones
claras, entonces tampoco puedo creerle al Papa y a los concilios, pues es claro
que a menudo se han equivocado y contradicho entre sí. Por ello, las citas de
la Escritura que he aportado han ligado mi conciencia y me han hecho prisionero
de la Palabra de Dios. Por ello no quiero ni puedo desdecirme, pues hacer algo
contra la conciencia propia no es ni seguro ni saludable"[5].
Prolongando su legado en la misma línea, pero con el aporte de una
reflexión y práctica contemporáneas, tendríamos que agregar el elemento
coloquial o comunicacional a los dos recién señalados de Biblia y conciencia.
Donde y cuando fallan las autoridades, la condición para que la referencia al
dato bíblico sea un aporte a la formación de la conciencia es la comunicación
viviente con otras conciencias en la comunidad de la iglesia, en cuanto
reflexión sobre una práctica de vida - lo que quiere decir examen conjunto y
discusión. Allí, en la comunicación mutua, en la crítica y el discernimiento
llevados adelante democráticamente, en la decepción de todas las autoridades y
en la sospecha de cualquier pastor o político que quiera hacer de gurú, jefe o
guía espiritual, es donde se puede buscar y encontrar orientación y donde la
Biblia puede decirle algo a quienes en ella buscan a Dios.
Aquí es donde el legado luterano de la interpretación bíblica puede ser
un aporte a la vez liberador y orientador para la sociedad chilena actual.
4. En vez de angustia, libertad
Pese a sus pretendidas "libertades" - de intercambio, de
comunicación, de competencia -, nuestra sociedad actual es generadora de
angustia, tal vez, paradójicamente, por haber multiplicado las libertades sin
darle espacio ni definición a la libertad. Por tratarse de libertades sin
contenido, - libertad de cualquier traba en los ámbitos financiero, económico,
laboral y comunicacional -, pero sin tarea ni horizonte social, se produce en
muchos, sobre todo en los pobres y en los sectores medios, la terrible
sensación de que los espacios de la libertad se reducen y se angostan: no todos
pueden usarlos, ni todos saben para qué son libres.
Por otra parte, en virtud de la competencia total, la pretendida
libertad en lo laboral y lo económico es falsa, porque está sometida a la
obligación de estar "en todas las paradas”, para no perder oportunidades
que otros están más que dispuestos a coger al vuelo, apenas uno se descuide. La
pérdida de libertad que se produce por la adicción a la droga es significativa
de esta angustia: el joven desempleado que es adicto no puede soportar una
libertad vacía y sin contenido de futuro, o una libertad vencida por la
competencia feroz.
Nuestra sociedad actual exacerba, pues, el miedo o la angustia que todo
ser humano siente existencialmente, por experimentarse como un ser
fundamentalmente casual o fortuito o prescindible y que no tiene en sí mismo
una razón suficiente para afirmarse en la existencia. El mercado laboral busca
precisamente seres prescindibles...
La respuesta luterana frente a este menoscabamiento de la libertad no
es directa, pero es radical. Al apuntar a que el amor de Dios es la razón
fundante y la justificación de la propia existencia, señala dos cosas:
·
Una, que, pese a todos las obligaciones y
esclavitudes sociales y a todas las apariencias de ser prescindible, cada ser
humano tiene en sí mismo una dignidad propia y una libertad inalienable. Una fe
profunda y vivida es capaz, pues, de quitarle al ser humano el miedo y la
angustia originales y con ello de devolverle la confianza y el coraje que
necesita para levantar una protesta radical frente a cualquier estrechamiento
de la libertad por parte de los poderes políticos o sociales[6];
·
La otra, es que la libertad es una tarea y tiene
un sentido. La tesis de Lutero sobre la libertad del cristiano es paradójica.
Así escribe en su célebre tratado sobre el tema: "Para que podamos saber a
fondo lo que es un cristiano y cuál sea la libertad que Cristo te adquirió y
dio, de la cual escribe mucho San Pablo, voy a poner aquí dos temas: Un
cristiano es un señor libre por encima de todas las cosas y no está sujeto a
nadie. Un cristiano es un siervo útil para todas las cosas y está sujeto a
cualquiera”.
Al no estar centrado en sí mismo, el creyente no achacará a culpa
propia el que su libertad se vea disminuida por obra de los poderes fácticos,
ni tampoco luchará por su propia libertad individual. Su fe en Dios le abre a
la conciencia de que no hay libertad del individuo sin solidaridad social. Por
ello, frente a los poderes sociales y políticos, afirmará que los derechos de
todos a la libertad están radicados en el ser social del ser humano, vienen de
la voluntad misma de Dios y se orientan a continuar su obra creadora y
salvadora.
De ahí que la afirmación de su libertad coincidirá con la realización
de su tarea en el mundo por cimentar los derechos del amor de Dios que son los
derechos del hombre a ser libre frente a todas las cosas y no sujeto a nadie,
para vivir para el bien de todas las cosas, con lo que se sujeta a todas en
virtud de la libertad del amor, la que tiene tarea y futuro.
5. Las tareas políticas
En relación con la defensa de la libertad y de sus derechos, quisiera
destacar por último la visión que Lutero tiene de las así llamadas “tareas
mundanas”. Es lo que se ha dado en llamar la doctrina luterana de los “dos
reinos”. En realidad, Lutero no tiene una doctrina sistemática sobre el tema.
Pero lo que él ha desarrollado en los escritos en que critica a la iglesia
renacentista, al
monaquismo y a los movimientos políticos exaltados de su tiempo,
permite, según Ulrich Duchrow[7]
, el siguiente esquema
Lutero no separa lo espiritual de lo mundano, sino que, retomando la
tradición apocalíptica, contrapone el reinado de Dios con el poder o reino del
Maligno. La lucha de Dios contra este enemigo suyo se desarrolla en dos
dominios o “regimientos”: el del mundo y el del espíritu, tan íntimamente
unidos como el cuerpo y el alma.
El dominio del espíritu es obra exclusiva del Espíritu mismo de Dios
que constituye a iglesia verdadera, da a cada individuo la justificación y
prepara la vida eterna. Este dominio espiritual no se confunde con institución
eclesiástica alguna, pues la iglesia verdadera es oculta y espiritual.
Para la vida en el mundo y la lucha contra el mal en este dominio, Dios
ha dotado al hombre de razón, la cual es participación en la bondad y verdad de
Dios mismo. En lo individual, el oficio mundano del cristiano es el lugar de su
vocación divina, (Beruf es Berufung), y este oficio no es inferior al de la
vida monástica. En el nivel social. Dios se sirve de instituciones como la
iglesia (con el don de su Palabra, pero no con el ejercicio de poder ni el goce
de privilegios), la Política (con el don de la razón y el uso
"extraño" de la "espada") y la Economía (en que nuevamente
se encuentra al don de la razón).
La distinción introducida entre los dos "regimientos" o
dominios no es, pues, de oposición - como la que existe entre los dos
"reinos" - sino de complementariedad, sin confusión, entre la acción
directa de Dios y la obra humana, individual o social. Con esta distinción,
queda excluida toda identificación de alguna "obra" humana (como el
monaquismo o una intervención política de la iglesia) con la acción de Dios. La
obra humana se realiza gracias al uso de la razón y tiene como objetivo último
combatir las consecuencias individuales, políticas y sociales del pecado. Pero,
aunque dirigida al Reino de Dios, nunca obra alguna humana podrá tomar el nombre
de Dios para justificarse o reivindicarse. Por eso Lutero, que inspiró
inicialmente el movimiento de los campesinos de Tomás Müntzer, se distanció
luego de la cruzada bélica de este pastor iluminado[8].
En un país como el nuestro, en que por una parte cunde la desilusión
con respecto a la política, y por otra parte hay tanto que hacer para que los
derechos humanos entren en vigencia, y para pasar de la llamada
"democracia tutelada" a un cierto tipo de verdadera democracia
participativa, una iglesia cristiana, como la luterana, tiene una función
importante al alentar y apoyar en sus miembros una participación plena, según
la vocación de cada cual, en la construcción de la sociedad civil. Esa tarea
mundana es vocación divina, sin separación, pero también sin confusión.
A manera de conclusión.
¿Se justifica una iglesia luterana en Chile? Si cada uno de nosotros
puede dar sus propias razones por la que, siendo cristiano, es luterano,
entonces se justifica una iglesia luterana en Chile, por lo menos para cada uno
de nosotros. Si además podemos reconocer que entre los temas recién expuestos
hay algunos que son útiles para los chilenos, cristianos o no cristianos,
entonces hemos hallado en conjunto una respuesta positiva a la pregunta sobre
la justificación social de una iglesia luterana para la sociedad chilena. Pero
la justificación teórica y doctrinal es una. La práctica es otra. Esa depende
de nuestro “coraje de futuro".
[1] Charla
de Manuel Ossa en la Convención de la IELCH , Buen Samaritano, Noviembre 1997
[2] In De servo arbitrio, G.W.
XXII, 133s, cit. por Philip S. Watson, Let God be God, Fortress Press. Philadelphia,
1947
[3] J.
Moingt, El hombre que venia de Dios, vol. II, p. 188. Esta afirmación general
se vincula con el pecado que la religión cometió contra Jesús. El contexto
inmediatamente anterior del párrafo citado de Moingt es el siguiente: *EI
pecado es todo secuestro de la divinidad de Dios, toda usurpación de su
soberanía, todo intento de poner la mano sobre él y utilizarlo, de encerrarlo
en un lugar e impedirle ser lo que es: el Todo-Otro. Tal fue el pecado,
paradigma de todo pecado, perpetrado contra Jesús por unos hombres de religión,
que "no saben lo que hacen" precisamente porque han sido engañados
por ella".
[4] cit.
según o.c. de Watson, cap. IV, nota 7
[5] Cit. según Friedrich Wilhelm
Katzenbach, Christentum in der Gesellschaft, Hamburg, 1976, tomo II, p. 5º. La
traducción es mía
[6] Hegel
ha escrito: “Recién con Lutero comenzó la libertad del espíritu en su meollo”,
cit. Gottfried Maron, “Von der
Freiheit eines Christenmenschen – Die bleibende Bedeutung Martin Luthers” en
Wort und Sakrament, Anstöße und Anregungen zum Luther-Jahr, en Jahrbuch des Ev.
Bundes XXVI, Göttingen, Vanderhoeck & Ruprecht, 1983.
[7] Ulrich Duchrow en Zwei Reiche
und Regimente, Hrsg. von Ulrich Duchrow, Gutersloh 1977, p. 11- 17.
[8] Cf.
o.c. Zwei Reiche... • p. 22. Es de notar que desde el s. 19 se ha deformado el
pensamiento de Lutero trasladando su dualismo de los reinos a su distinción de
los dos regimientos, el espiritual y el mundano, como si Lutero hubiera
escindido el uno del otro. De ahí se ha desarrollado una interpretación de la
enseñanza de Lutero, según la cual hay separación entre los dominios de lo
personal, lo interior, la conciencia, la piedad, que sería el dominio o
regimiento del espíritu -, por una parte, y lo objetivo, lo natural, el deber,
el derecho, - regimiento del mundo -, por otra parte, y se ha confinado el
cristianismo al primero de los dos dominios. De esta manera, el derecho, la
economía, la política serían asuntos "mundanos'', más aún "paganos''
(R. Sohm) que tienen su propia autonomía (Eigengesetzlichkeit, M. Weber) y
donde el Sermón de la Montaña no tiene nada que decir. Las consecuencias de
esta interpretación de la enseñanza de Lutero han sido graves en todos los
lugares y momentos donde las iglesias luteranas han dejado sin crítica que
poderes estatales y la razón de estado, supuestamente "autónomos",
pisoteen derechos humanos fundamentales, como en la Alemania de Hitler en los
años 30 y en el Africa del apartheid... Es cierto que él mismo parece haber
dado pie a esta interpretación equívoca, al defender, por una parte, la
libertad de conciencia y de religión contra los príncipes con el argumento de
que estas libertades pertenecían al "regimiento" del espíritu, el
cual no sería de la competencia del príncipe: y al dar instrucciones, por otra
parte, respecto al apoyo de los príncipes al orden, visitación y administración
de las iglesias. Este hecho muestra, o bien una cierta inconsecuencia de su
práctica con su doctrina o una doctrina no suficientemente elaborada en este
punto. Cf. o.c. F.W.
Katzenbach, Christentum in der Gesellschoft, t. II, cap. VIII
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