Mañana domingo, con un grupo de
amigos y amigas que participamos de una comunidad luterana, tendremos un paso
importante en la vida comunitaria de esta congregación, y es que nos
confirmaremos como miembros de la Congregación El Buen Samaritano de la Iglesia
Evangélica Luterana en Chile. Es sin duda, para mí un paso lindo, pero también
lleno de complejidades, y tiene que ver con mi trayectoria de vida que acá
comparto muy resumidamente, como ejercicio de memoria y de constructor de mi
propia historia.
Encontrándome con Dios.
Nací dentro de un hogar Adventista,
ahí me bauticé y conocí lo que es la fe cristiana. Recuerdo lindos momentos en
ese lugar, y hasta el día de hoy, tengo admiración por muchas de las formas que
tiene de hacer Iglesia los adventistas, en especial mis padres. No obstante, ya
teniendo actualmente cierta autonomía en mi manera de comprender a Dios, debo
de confesar que tengo grandes diferencias, principalmente por el tema de su
teología fundamentalista alejada de la crítica moderna, a la cual yo considero
que las diferentes Iglesias debieran haber tenido una respuesta más acertada,
al fin al cabo, la teología es humana, y por ende no es palabra de Dios.
A los 13 años, después de vivir una
etapa convulsionada en mi vida, por querer revelarme contra lo que se me había
establecido llego mi salida de la Iglesia Adventista, mi padres por tratar de
protegerme de un ambiente que les causaba un gran daño, ya que me había involucrado
de fondo en pandillas, consumos de dorgas y actos delictivos, fue así que de
una forma de querer “rehabilitarme” me enviaron a seguir la enseñanza media a
Tomé, un lugar que pasa ser importantísimo en mi vida y lugar que -en lenguaje
evangélico-, fue donde tuve mi encuentro personal con Jesús.
En Tomé, en la Iglesia Metodista
Pentecostal, fue donde mi vida tuvo un cambio radical, conocí personas,
solidarias y amables que poco les importaba mi trayectoria anterior, que no era
una gran presentación por lo demás, ¿Por quién recibe a un adolescente, con
problemas de drogas y delictivos? Sin duda, hasta hoy, esas personas las tengo
en mi memoria. Fueron sus prácticas las que me convencieron que Dios habita en
una comunidad de personas, con rostros humanos. Esas personas, pasaron a ser mi
familia durante los tres años que viví en ese lugar. Como toda relación humana,
con altos y bajos, más doy gracias a Dios, por ese tiempo, ya que aprendí a
tener una mirada comprometida, y vivir bajo convicciones comunitarias, algo que
hoy quisiera volver a vivir intensamente.
El “llamado de Dios”.
Al volver a Santiago, a los 17 años,
tenía la posibilidad de volver a la Iglesia Adventista, más mis padres me
dieron la posibilidad de seguir el camino que yo había escogido – o bien que la
vida, me fue tejiendo-, fue así que busque una Iglesia, de la misma
denominación de la que iba en Tomé, una “Metodista Pentecostal”, llegue a una
Iglesia, muy humilde en la población de la Frontera en Puente Alto. Llegue
tímidamente como un jovencito que quería servir a Dios con todo su corazón, a
una Iglesia muy dispuesta a recibir a personas. En ese lugar construí las
amistades más lindas de mi vida, con quienes hasta el día hoy, nos acompañamos.
Hice todo lo que una persona evangélica pudo haber pensado hacer: Predicaba en
las calles, en los días de semana, incluso en los días domingos en el culto
general, iniciamos un grupo de evangelismo, clases de escuela dominical, una
escuela bíblica, talleres de formación cristiana, operativos sociales, un
centro cultural, y un gran etc., en fin, con mucha humildad, pero sin falsa modestia,
en ese lugar trabaje incasablemente en poder hacer Iglesia. Por eso mismo, es
que hoy, también miro con mucha tristeza la forma en que me fui de ese lugar y
en lo que en el tiempo se ha ido transformando, esa Iglesia humilde, de
relaciones humanas sinceras, amigables, paso a ser una empresa más del negocio
religioso, donde se privilegió el lujo, ante de lo humano. No obstante, esa
Iglesia es la que me marco decisiones importantes en mi vida.
En ese tiempo, comprendía que Dios
tenía un plan conmigo, creía que me había transformado mi vida para bien y yo
sólo quería servirle, en agradecimiento a ese gran amor que recibí. En mi
corazón latía fuertemente el deseo de querer servirle y dedicar mi vida para
Dios y su Iglesia. Decidí entonces prepararme al ministerio, yo quería ser
misionero y servirle con toda mi vida a Jesús. Entre a estudiar al Instituto
Bíblico Nacional, siendo hijo de adventistas, sabía que la responsabilidad
ministerial, exigía una preparación mayor, mis padres, ambos con estudios
teológicos en la Universidad Adventista, a pesar de que nunca se dedicaron al
pastorado, veía en ellos una gran preparación para sus tareas eclesiásticas, por
lo que entendía que debería haber un compromiso concreto en el estudio de las
sagradas escrituras, para todo aquel que sentía un llamado para trabajar en la
obra del Señor. Yo sólo quería servir a Dios, dedicada casi todo mi tiempo y mi
corazón a esa Iglesia. Fue en ese servicio, en que las personas demostraban una
confianza especial, tuve acceso a temas a más sensibles, yo no creía que era un
pastor, aunque sabía que lo que hacía era un acompañamiento pastoral. En ese
sentido, me di cuenta que el estudio de la Biblia no me era suficiente para
realizar una labor efectiva, habían temas que se escapaban de mis manos.
Entonces, decidí entrar a estudiar Psicología, mis intenciones era que esa
carrera pudiera habilitarme para poder ejercer una labor de servicio mucho más
efectiva.
En este mismo tiempo, con el grupo de
jóvenes de la Iglesia, comenzamos a pensar como ser una Iglesia que realmente
expresará el amor de Dios, la Iglesia de La Frontera, se encontraba en un lugar
marginal, la gran mayoría de los hermanos vivían en ese sector y comprendíamos
que el amor de Dios, nos invitaba a tener un compromiso social con nuestro
prójimo. Iniciamos entonces un proyecto que pasaría a ser unos de los proyectos
más importantes de mi vida. Pensamos en crear una organización social, que
pudiera expresar el amor de Dios en lo social, como nota al margen, pienso que
en ese tiempo, nunca había escuchado de la Teología de la Liberación, de la
misión Integral, por ejemplo, no obstante desde nuestra prácticas, hacíamos
viva aquella reflexión teológica de nuestra américa latina, aunque eso da para
otra nota.
La Misión y Nación Juvenil
El día 21 de Junio del 2007,
iniciamos el Centro Cultural Nación Juvenil, teníamos grandes ambiciones como
grupo, cada vez que vuelvo a leer lo que fueron nuestros proyectos y
aspiraciones me da una profunda emoción el ver lo soñadores que éramos. Fue una
experiencia colectiva muy linda, en que participaron personas muy importantes
para mí. En tanto en la Iglesia, habíamos sufrido el cambio del Pastor y la
lógica de hacer Iglesia había tenido rotundos cambios que fue tensionando mi
participación en la Iglesia, con lo que hubo un momento en que no podía más, y
opté por salirme, aunque para ser sincero, me fue una expulsión necesaria.
Mi participación en este proyecto,
marco un cambio significativo en pensar ser Iglesia, y desde lo que yo pensaba
que era el plan de Dios para mi vida. Entendí entonces que la Misión de Dios no
era tan sólo en países lejanos o lugares que jamás había escuchado, vi que en
mi propio país en mi propia realidad, había que cumplir su misión, el amor de
Dios debería ser expresado en el aquí y ahora, en el mismo lugar donde estaba.
Paralelo a mi participación en la Iglesia y en el Centro Cultural, intente
participar en diferentes organizaciones misionales, MOU, JUCUM, Vida
Estudiantil, entre otras, fue este último el que mayor efecto causo, pero
contrariamente a sus objetivos, fue al revés de sus aspiraciones. En un
proyecto misional, en Lonquimay, donde se trabaja en la evangelización de las comunidades
mapuches, no logré comprender porque la prioridad del Cristiano tendría que ser
“entregar el mensaje” por sobre “vivir el evangelio”, sentí que los planes de
ministerios misioneros como el de Vida Estudiantil, tenía sólo como elemento de
realizar el ganar adherentes por sobre el vivir una vida digna. Mi realidad y
desde mi historia de vida me obligaban a tener una mirada disidente a la
propuesta “misionera”, ya no abrazaba el dualismo, de alma y cuerpo o el
desprecio de la vida por tener que salvar el alma. Fue entonces que
desilusionado de comprender lo “misional”, que tenían estos ministerios, pensé
que –tal vez- Dios tenía otra “misión” conmigo a diferencia de mis
hermanos.
Trate de enfocarme entonces en temas
más sociales y políticos, reactivamos el proyecto de Nación Juvenil, pero esta
vez con un enfoque en la reflexión teológica y política desde la fe evangélica.
En este entonces, me había cambiado de institución teológica después de un
frustrado paso por el IBN continúe en la Comunidad Teológica Evangélica de
Chile, enviado, irónicamente por un profesor del IBN, escandalizado por una
pregunta que le hice, me dijo: “Si usted quiere ser “cabezón”, vaya a estudiar
a la Comunidad Teológica, haya están los cabezones, acá la visión de la
institución es formar “obreros” y no intelectuales”. Sin considerarme como un
intelectual, sabía que unos de los problemas que había en las Iglesias
Evangélicas, era el desprecio al pensar y reflexionar críticamente la fe y la
vida, fue que a la otra semana llegue a la CTE, lugar que influirá en mi forma
de comprender la fe y el mundo.
Mi encuentro con el Luteranismo
Entonces, como estudiante de la
Comunidad Teológica Evangélica, militante en Nación Juvenil y sin Iglesia, recibí la invitación de un profesor a participar de una actividad del Centro
Ecuménico Diego de Medellín, desconocía tremendamente lo que era el movimiento
ecuménico latinoamericano, aunque no recuerdo haber sido anti-ecuménico, me era
extraño. Pero al acercarme al CEDM, fue una luz que vi, en ese momento, donde
sólo veía una Iglesia, lejana e indolente a los problemas sociales que existía
en Chile, conocí una gran cantidad de experiencias de cristianas y cristianos
en sintonía con lo que Dios me llamaba. En ese lugar, fue que empecé a
relacionarme con el luteranismo chileno, leía sus declaraciones, conocí la
historia de Helmut Frenz, y comenzó una suerte de “amor a distancia”, admiraba
lo que era el luteranismo, aunque no pensaba formar ser parte, en mi mente existía
la idea de que mi aporte iba a ser desde Nación Juvenil a las Iglesias
Evangélicas, y desde ahí era suficiente.
Era el 2011, año más que emblemático
para nuestra generación, me había cambiado de carrera, por un tema económico no
pude continuar psicología y había entrado estudiar Ciencia Política, tenía
claro que mi camino, iba ser en la ruta de lo político. A esto, intente militar
políticamente, desde la UDI (2008), la JS (2009) y el PRO (2010), fueron mis
intentos (En ese orden, si la UDI me “inicie”), aunque nunca logre hallarme en
sus lógicas de trabajar, yo venía de experiencias absolutamente comunitarias,
donde me sentía un extraño y sinceramente muy poco aporte a la lógica
partidista, más bien me hallaba trabajando en lógicas de colectivos y
ministerios para-eclesiásticos en donde participe en varios, así fue que el año
2011, me “radicalice”. Opté una posición militante desde la Teología de la
Liberación, asumiendo la reflexión teológica desde la realidad latinoamericana,
y desde las luchas de los oprimidos, fue que empecé a tener una apertura a
temas "pocos canutos" como el feminismo, indigenismo, entre otros. Me
involucré en espacios formativos políticos y en el activismo. En fin, año muy
movido. En ese entonces, la única Iglesia que tenía una sintonía con lo que yo
más bien pensaba, era la Iglesia Luterana.
Nación Juvenil tuvo su fin de ciclo,
y en los colectivos que participaba sentía que me faltaba ese algo para mi
fundamental que tiene que ver con un tema desde la fe comunitaria. Pretendí volver
a participar en una Iglesia, tras breves pasos frustrados en Iglesias
“Neo-pentecostales” que al tener cierta apertura a lo moderno en sus cultos, suponía
una apertura teológica en su forma de entender el evangelio, me dejo que la clara
convicción que solo era una apertura para el “consumidor” religioso pero que
era la misma teología dualista, al servicio del capitalismo y lejana de la
historia, a la realidad de la cual yo pensaba que tendría que hacerse cargo, en
su práctica la Iglesia hoy.
El caminar junto a la comunidad luterana.
En el año 2012, decidí conversar con
el Obispo de la Iglesia Luterana, le pedí una cita y me invitó al lugar donde
mañana me confirmare, la Congregación El Buen Samaritano en Peñalolén. Cuando
llegue (atrasado, como siempre), habían unas 10 personas, no habían personas
jóvenes y una liturgia muy fome para alguien que venía de experiencias “carismáticas”,
le conté mi historia y me recomendó ir a la Iglesia Luterana en la Trinidad en
Ñuñoa, donde había un grupo de jóvenes activo, así fue como llegue a la
Trinidad. Mi primera Iglesia Luterana hace dos años, lo positivo que conocía a gran
parte de los chiquillos, nos habíamos encontrado en alguna y otra actividad de
Nación Juvenil o de la Comunidad Teológica por lo que mi proceso de adaptación
social, fue inmediata, creo no así, la adaptación teológica y cultural.
Al iniciar mi caminar en la Iglesia
Luterana, lo hice en dos “frentes” uno en la Pastoral de Jóvenes, y en la
Misión de la Trinidad en Padre Hurtado, ambas con una participación esporádica,
digamos. Me costaba acostumbrarme a una lectura teológica que no conocía. Era
todo casi, relativamente nuevo y a eso sumar tras mis pasados “eclesiásticos”,
me tenían medio traumado, no quería
tener que vivir una situación de amargura por la religión, trate de ser
cuidadoso, e ir como se dice “piano, piano”, mi compromiso más concreto lo
experimente en el trabajo en la Pastoral de Jóvenes, en ese lugar fue incluido
muy amablemente, mis reconocimientos en esta nota a Nataly que era la
presidenta de ese tiempo que confió y me permitió trabajar en algunos talleres,
luego colaborando en la organización de un campamento, luego en la coordinación
e incluso trabajar en un proyecto de formación, que aunque fue luego frustrado,
agradezco esa confianza. Factor importante en esta etapa fue la Pastora Izani,
en ese tiempo era la asesora teológica de la Pastoral.
En la Iglesia La Trinidad, la verdad
no me sentía muy cómodo, si bien simpatizaba con su mirada teológica y admiraba
el trabajo que se desarrollaba tanto a nivel diaconal como en la denuncia profética
pública, buscaba un lugar donde podría servir, y la estructura política de la
IELCH que se materializaba en la Trinidad, era exageradamente rígida para
permitirlo y en los lugares donde se podía servir, demandan un esfuerzo que no
podía realizar. A finales del año 2012, había ocurrido una crisis en la Iglesia
de La Trinidad, al regresar de una pasantía por tres meses que hice en Perú,
habían cambiado varios asuntos en la Comunidad. Si bien, yo no era luterano, ya
era parte del grupo como un activo participante en la Pastoral de Jóvenes, por
lo que todo era parte de un todo.
En esta etapa fui conociendo
algunas aspectos en lo que soy critico al luteranismo chileno, y el hecho que
mañana me confirme como luterano, no significa que valide esas prácticas, son
asuntos concretos que tienen una lógica teológica de fondo que no comparto y
considero que son parte de una identidad luterana, humana, imperfecta, cultural (por ende modificable) a la cual
no quiero adherir. Las deseo mencionar para de alguna manera visibilizar donde,
desde mi observación, no estamos caminado bien y se requiere mi compromiso como
el de otros para remediarlo.
Desde mi experiencia:
No comparto el exacerbado uso
burocrático que tiene la administración de la Iglesia.
No creo que la preocupación de la
sostenibilidad económica debiera ser más importante que la misión de la
Iglesia.
No creo en el clasismo que se
promueve desde el luteranismo como superiores a los otros evangélicos por tener
una lectura teológica más moderna.
No creo en el clericalismo que se
manifiesta en la Iglesia, tanto es sus liturgias y prácticas funcionales.
No creo que el culto dominical sea el
lugar más importante de la Iglesia, ni que este sobre la experiencia
comunitaria, fuera o dentro de la esfera religiosa.
No creo que en la jerarquización,
aunque esta se asuma necesaria, creo que cada vez se debiera caminar por sendas
más horizontales e igualitarias.
No creo que el abuso de poder sea una
práctica cristiana, más aún cuando es ejercida por quienes se les ha otorgado
ese poder desde la Iglesia.
No creo que la inclusividad cuando
esta es sólo discurso público y no se hace cargo de manera concreta en la
práctica de las vidas de Iglesias.
El Buen Samaritano.
En abril del 2013, llega de Osorno a
Santiago la Pastora Izani a trabajar en la Congregación el Buen Samaritano, era
una buena noticia, era una amiga, compañera que llegaba a trabajar, una persona
que aún creía de utopías y no renunciaba a soñar en la construcción de una
Iglesia con corazón y pies en la tierra, me animé a hablar y ofrecer mi ayuda
para colaborar en la Iglesia. En mi contexto, no era fácil, había ya tenido
todo un recorrido donde lo único que había crecido era la incredulidad al
proyecto de ser Iglesia. No obstante, la confianza que deposito en mí, gatilló
para que también yo pudiera entregar confianzas y fue como empecé a participar
de algunas actividades esporádicamente. A inicios del 2014, tuve la oportunidad
de realizar un diagnóstico para un proyecto a realizar en la Iglesia El Buen
Samaritano, ese trabajo me permitió conocer la vida de esta comunidad, sus
fortalezas, debilidades, sus mañas y virtudes, como su hermosa historia de
resistencia y lucha.
Ha sido un lindo caminar, es por eso
que mi confirmación de mañana la veo como un paso para servir y servir juntos
con mis hermanos y hermanas de la comunidad, unirme para fortalecer mi fe,
desde la vida de ellas y ellos. En simples palabras me gusta la vida
comunitaria de la Iglesia El Buen Samaritano y me inspira ser parte de ella, no es perfecta, es desafiante,
pero eso me permite seguir creyendo en el cristianismo y en la Fe de Jesús,
como construcción de utopías y espacios de vida plena materializados. Es en este
mismo lugar donde van mis amigos y amigas, algunos de ellos muy importantes
para mi vida actual, por lo que el hecho de participar de la comunidad me
permite seguir creyendo en algo, que comencé a creer hace años, y es creer con
todo mi corazón, que la fe de Jesús que movilizó a un grupo de personas a
conformar comunidades donde el espíritu de Dios acontecía, el cual otorgaba luz
y esperanza, para vivir el Reino de Dios, sigue siendo lo que nos da sentido,
de ser Iglesia, hoy.
Creer en la vida comunitaria, donde
en el otro y en la otra ver a Dios, porque él habita en comunidad.
Creer que yo no puedo sólo, sino
necesito de otros para vivir, una vida que no sea la reproducción de un sistema
de opresión, enajenante, que castiga a unos en beneficioso de otros.
Creer en una comunidad, donde pueda
amar, y donde también pueda sentirme amado, una comunidad de personas que se
aman.
Creer que en una comunidad donde
pueda pensar mi fe, y nutrirme desde las experiencias de otros, que alteren mi
realidad, mi mirada, mi comprensión de la existencia.
Creer que en la vida comunitaria de
forma solidaria, porque en lo concreto no debería estar el egoísmo.
Creer en la vida comunitaria porque
me posibilita seguir siendo discípulo, para aprender y re-aprender, incluso de
asuntos que hoy conforman mis verdades “irrevocables”.
Creer en la vida comunitaria, porque
me da esperanza que a través de ella, otros mundos son posibles.
15 de Noviembre del 2014