Les
ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!
Josaphat Jarpa[1]
Este sábado 24 se realizó la Beatificación de Monseñor Romero en San
Salvador, un evento que en particular me da una alegría, sin ser parte de la
Iglesia Católica Romana, reconozco el simbolismo que trae consigo un acto de
alto reconocimiento a una figura identificada con las luchas populares en
América Latina. Recuerdo la vez que
estuve en Costa Rica, en el DEI, donde tuve la oportunidad de conocer a María,
una mujer Salvadoreña que trabaja en las zonas marginales del Salvador
rescatando a niñas y niños de las pandillas y maras, cuando escuche por voz de
ella el testimonio de Romero, imaginaba a las “Marias” de la Biblia anunciando
al Cristo resucitado, una conversación llena de un profundo amor y admiración,
en ese momento comprendí la relevancia de la persona de Romero para quienes
todos quienes se identifican con la Iglesia de los pobres. Un sacerdote
comprometido con la lucha de su pueblo, el cual fue asesinado en plena homilía,
su testimonio como sus palabras parece ser aún imborrables en la memoria
colectiva de toda Latinoamérica, y hoy más aún, en cada estudiante chileno,
tras los últimos sucesos que nos han bañado de pena, dolor y rabia.
Hace una semana sufríamos la perdida de dos compañeros asesinados en
Valparaíso, Ezequiel y Diego, sólo pasaron días cuando recibíamos la noticia de
Rodrigo Avilés, quien fuera abatido por la acción de fuerzas especiales de
carabineros, dejándolo en un delicado estado en el Hospital Carlos Van Buren de
Valparaíso. Estos casos, se suman a una larga lista de estudiantes lastimados
en manifestaciones por demandas en el ámbito de la educación, sin embargo, no
sólo los estudiantes han sido víctimas de la violencia del Estado chileno, el
caso mapuche, Freirina, Aysén, son otros de muchos casos más que no se pueden
aislar a la hora de revisar el orden funcional del ejercicio de la violencia, la
des-valorización de la vida y la indolencia a las luchas populares.
En nuestra sociedad se ha ido internalizando un imaginario desastroso
para la convivencia humana, en algunos medios se difundían algunas fotos de
Giuseppe Briganti Weber presunto homicida de Ezequiel y Diego, las imágenes lo
mostraban con mucho dinero en sus manos, autos, armas, objetos que en el
imaginario actual dominante, tienen un lugar de absoluta veneración, es que en esta
sociedad se nos enseña a ganar dinero y contribuir para el “progreso”, del cual
no hemos sido parte de su definición, de repente, nos hemos visto obligados
llegar a la adultez, para “producir” y darle continuidad a un sistema que no te
permite ponerlo en duda, porque el castigo simbólico y material, es inmediato.
Nos obligan a mirar al otro como nuestro enemigo, nuestro rival, y nos hacen
correr en la vida como una gran competencia, en donde si te quedas, te mueres y
no hay quien te salve. El hecho que se le dispare a dos jóvenes, por una
“posible” amenaza otorga garantías para quien pretenda “asegurar” su bienestar
sea validado socialmente, pareciera que cualquier persona pudiera poner en su
lugar a los jóvenes que no se adecuan al orden del sistema.
Oscar Romero des-ordeno su imaginario conservador, leyó su mundo y
logro interpretar al verbo de Cristo desde las lágrimas salvadoreñas, llamo la
atención de la Iglesia a tomar posición concreta por la paz.
“Una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar desde los pobres
las injusticias que con ellos se cometen no es verdadera Iglesia de Jesucristo…
Y por eso la Iglesia sufre el destino de los pobres: la persecución. Se gloría
nuestra Iglesia de haber mezclado su sangre de sacerdotes, de catequistas y de
comunidades con las masacres del pueblo, y haber llevado siempre la marca de la
persecución.” [2]
Ni sus palabras, ni las lágrimas del pueblo salvadoreño acabaron con su
muerte, según el Informe para la discusión Violencia juvenil, maras y pandillas
en El Salvador[3]:
“En los últimos quince años, la región norte de Centroamérica -Guatemala, El
Salvador y Honduras presentan un acelerado crecimiento de violencia y
criminalidad. El Salvador presentó una tasa de homicidios de 55 por cada cien
mil habitantes en 2008, a razón de 10 y 12 homicidios diarios. La cifra es
alarmante y rebasa el promedio de homicidios que ocurren en otros países de
Latinoamérica. Esta situación de violencia, asociada a múltiples factores históricos,
políticos y sociales, contribuye a hacer de la violencia un medio utilizado por
muchos sectores y actores para mantener o ganar poder, resolver conflictos y
beneficiarse económicamente”. La lógica de las guerrillas, construyen idearios
de convivencia, que hoy mantienen el sufrimiento en el pueblo del Salvador.
Nosotros en Chile, aún no podemos abandonar el desprecio a la vida que tanto
difundió la dictadura militar.
Hoy Romero va de camino a ser Santo para la Iglesia Católica y América
Latina sigue llorando por las inequidades, sigue siendo abusada por el poder, castigada
por la “Oligarquía”, asesinada por sus militares. Hoy desde la
institucionalidad saludan a un mártir que dio su vida, otros lo seguiremos
viendo como un seguidor de Jesús que encarno su fe en la proclamación del Reino
de Dios en una tierra dominada por inequidad que le arrebato la vida, tal cual
le rebataron la vida a nuestros compañeros. Monseñor Romero en un contexto de
completa neblina, veía luz que vale la pena volver a escuchar.
«La situación me alarma, pero la lucha de la oligarquía por defender lo
indefendible no tiene perspectiva. Y menos si tiene en consideración el
espíritu de combate de nuestro pueblo. Inclusive, pudiera registrarse un
triunfo efímero de las fuerzas al servicio de la oligarquía, pero la voz de la
justicia de nuestro pueblo volvería a escucharse y, más temprano que tarde,
vencerá. La nueva sociedad viene, y viene con prisa» [4]
A propósito de la Beatificación de Oscar Romero, asesinado hace 35 años
por escuadrones de la muerte de ultraderecha, y la pena que nos embarga en
Chile por la represión de nuestra sociedad, la muerte de nuestros compañeros, es
necesario rescatar las palabras de quien resucito en el Pueblo latinoamericano,
una vez asesinado y que la institución católica le llamará Santo.
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del
ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de
los cuarteles: “Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos
hermanos campesinos! Y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer
la ley de Dios que dice “¡No matar!”…Ningún soldado está obligado a obedecer
una orden en contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla.
Ya es tiempo que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que
a la orden del pecado. La iglesia defensora de los derechos de Dios, de la
dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta
abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las
reformas, si van teñidas de tanta sangre…
“En nombre de Dios, y en nombre de éste sufrido pueblo, cuyos lamentos
suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les
ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”[5]
En memoria de Ezequiel y Diego.
[1]
Estudiante de Teología en la Comunidad Teológica Evangélica de Chile.
[2] Homilía
17 de Febrero de 1980.
[3] el
Informe para la discusión Violencia juvenil, maras y pandillas en El Salvador. 2007
Disponible en: [http://www.interpeace.org/publications/central-american-youth-programme/35-youth-violence-maras-and-pandillas-in-el-salvador-spanish/file]
[4] Entrevista
de Prensa Latina, 15 de febrero de 1980; La voz de los sin voz, p. 445
[5] Homilía
23 de Marzo de 1980